Hablábamos de una novela que había empezado a escribir. Tenía casi toda la historia ya pensada, pero me costaba el final. Me preguntaste por qué y te dije que me parecía difícil ponerle un final a una historia de amor. Un final feliz podía quedar muy rosa, muy simplificado. Pero ¿un final triste? ¿Hacer que dos personas, después de buscarse y buscarse, no terminaran juntas? La cuestión pasaba por el concepto. Un final implicaba, sí o sí, la tristeza de algo que se terminaba. El final feliz era, en realidad, un no-final.
Me dijiste gracias por la observación.
Hoy te digo gracias por la experiencia.
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