martes, 29 de noviembre de 2011

You got a fast car (parte II)

Spoiler alert! Si usted, querido lector de Alaska (¿cómo es el gentilicio de Alaska?) estaba buscando la canción de Tracy Chapman y Google lo redirigió a este blog, tenga a bien leer la entrada anterior para que este sinsentido al menos sea un sinsentido con los pantalones puestos.

No sabe bien de dónde sale, pero enseguida lo inunda un impulso muy fuerte, una especie de intuición gritona que le dice que se suba. Que se suba al auto. ¡Que te subas, Brunildito! No lo duda. Hace unos días tuvo una discusión muy fuerte con las burbujitas de las intuiciones. Se sublevaron como quince, con pancartas, todo. Se quejaban de que Brunildito tardaba tanto en dejarlas salir que, finalmente, se terminaban reventando. Brunildito intentó explicarles que, la mayoría de las veces (porque tampoco hay que echarle toda la culpa a nuestros amigos saboteadores), era Abelardito el que retrasaba las decisiones. Pero ellas armaron tal escándalo que no lo dejaron dormir. No, no más. Esta vez las va a escuchar, las va a dejar salir. 

Entra en el auto de un salto y toma el volante. Enseguida ve a Abelardito por el espejo retrovisor y éste empieza: ¿a dónde te creés que estás yendo? – más tranquilo con el acelerador – cuidado, no sabés manejar – estaba linda la sombra de aquel árbol, acá hace calor – no es una buena idea seguir – frená, Brunildito - ¡¡Brunildito, frená!! 

Brunildito respira hondo, levanta una pierna y le pega una patada fuerte al espejo retrovisor. Oye un chillido y enseguida Abelardito desaparece del panorama. Uf… alivio. Alivio como cuando finalmente apagás el lavarropas y recordás lo placentero que es el silencio. 

Los ojos de Brunildito pueden decir muchas cosas. Para algunos pueden estar encarnizados, inyectados, casi poseídos. Para otros simplemente brillan. Brillan como la mirada de alguien que encuentra un paisaje por primera vez y sabe que puede quedarse ahí todo el tiempo que quiera. Como las estrellas después de noches y noches de lluvia, como los ojos de Charlie cuando recibe el boleto dorado. Quién sabe. Lo que es seguro es que el viento en la cara le sienta muy bien a Brunildito y planea manejar y manejar y manejar hasta el fin del tiempo, hasta que no le den más los ojos, hasta que se acaben todas las canciones que tiene ganas de escuchar, hasta que llegue a un lugar que de verdad valga la pena. Eso busca, ¿no?, nuevas aventuras, ese era el pacto. 

Qué lindo es el horizonte, piensa; es una orquesta de posibilidades, “la belleza de la incertidumbre” dicen los parlantes de la radio. Lo interesante es el avance hacia lo desconocido, hacia la pura novedad. El horizonte es pura, pura… 

¿Qué es eso que se levanta ahí a lo lejos, medio rojo por el atardecer? 
Cada vez se ve más grande. ¿Es lo que cree que es? 
Parece que, en realidad, este horizonte es algo harto conocido para Brunildito. 

Frente a sus ojos, todavía a cientos de metros, pero prometiendo acercarse, si sigue las normas de MRUV (aunque, técnicamente, lo que se acerca es el auto)… queridos amigos… La pared


Sí, Brunildito

Petición de principio: El otro día alguien me dijo que no entendía quién era Brunildito, de dónde venía. Suponiendo que querías comprar una birome negra por Mercadolibre y el buscador te redirigió a este blog, acá van algunas fases de la historia de Brunildito, por si te intrigan sus ojos de burbuja. 
Abelardito está muy verborrágico últimamente y Brunildito, aunque reconoce que él también es bastante suelto de habla en ocasiones (en numerosas ocasiones), está un poco irritado. Cuidado con el agua caliente – hoy corriste demasiado y te olvidaste de elongar – ese no es el libro que deberías estar leyendo - ¿por qué no dejás que ella te acompañe en la caminata, pobre…? – café no, ya te tomaste tres - ¡¿cómo vas a decirle eso, estás loco?! – esperá cinco minutos más antes de responder – no, esa no es la respuesta, te estás equivocando – quiero ver más esfuerzo: no hay sangre, no hay dolor-.

¿Qué se puede hacer con Abelardito? Brunildito empieza a armar una lista de opciones que se parece mucho a la carta a Papá Noel de un niño ambicioso. No, por un precipicio no puede tirarlo… porque no hay… Pero, además, está seguro de que más adelante se va a arrepentir. Al fin y al cabo, Abelardito en ocasiones ayuda… en aisladas ocasiones. Y es imposible verlo siempre; sólo cuando se mira al espejo (e intente, querido lector, tirar un reflejo por un acantilado). Mejor dejarlo hablar y llevar la mente a otra cosa, como cuando uno escucha un lavarropas por un rato largo y llega un momento en que se acostumbra y se olvida del sonido. 

Un auto empieza a acercarse. Es de un verde vivo y tiene luces violetas. Cuanto más cerca está, más fuerte se escucha una música que Brunildito no conoce, pero lo entusiasma, lo llena de adrenalina. El vehículo se acerca más y más, Brunildito ya piensa que va a ser atropellado. Finalmente frena y grande es la sorpresa de nuestro amigo al comprobar que el asiento del conductor está vacío. Existen tres posibilidades: 
a) que quien maneja sea una especie de Abelardito, invisible la mayoría de las veces, pero que, no obstante, sabe llevar las riendas de los asuntos; 
b) que aquel sea un auto fantasma –lo que volvería un paseo en él algo muy poco prudente y, por esto mismo, apasionante – o 
c) que Brunildito haya consumido algún tipo de sustancia extraña que le haga creer que los escarabajos verdes con musiquita son autos que se manejan solos. Aunque, pensándolo bien, ¿se encontró alguna vez con un escarabajo verde con musiquita?


viernes, 25 de noviembre de 2011

Inquietudes de más allá

Mis dos inquietudes del día.

1) Nunca entendí el concepto de bolsa. Escapa a mi horizonte de comprensión, qué le vamos a hacer.

2) ¿Por qué no puedo estar callada sin que me pregunten qué me pasa? Cosa de looocos, hay que ser todo el día un payaso, porque en cuanto dejás de hablar viene alguien y te pregunta si estás bien, estás muy seria.... Aprovechen que dejo de hablar, no sucede a menudo. Estás muy reflexiva... Sí, entonces claramente estoy deprimida, porque la gente alegre no piensa, ¿no? Si siguen preguntando ME VA A EMPEZAR A PASAR ALGO, ¿OK?

Uf... me descargué. Ahora a seguir con la vida.

martes, 22 de noviembre de 2011

Nuevas aventuras de Brunildito

Hoy: Abelardito

Brunildito camina y canta: Well, my heart knows better than I know myself, so I’m gonna let it do all the talkin’… woohoo… Se pregunta si es verdad, si deja hablar a su corazón así, seguido, como una costumbre. Piensa que tiene que tener más cuidado, no sea que la gente vaya a creer que todo lo que canta es verdad. En eso encuentra un espejo y se da cuenta de que hace mucho no se mira. Esas cosas, como ver televisión, o escuchar determinadas canciones, que uno no se da cuenta de que ya no las hace más hasta que vuelve a hacerlas. Le divierte mirarse a sí mismo, aunque ya se haya visto mil veces, aunque sepa perfectamente con qué se va a encontrar… Se pregunta por qué las personas no se cansan nunca de mirarse en los espejos. Si siempre es lo mismo, siempre es uno, siempre el vidrio devuelve exactamente el gesto que… Momento.

Hay alguien más en el espejo. ¿Alguien que viene persiguiendo a Brunildito? Estaba tan seguro de que andaba solo... Mira a su lado, pero no hay nada. Vuelve a mirar el espejo y sigue ahí. Bastante parecido a él, pero con algo diferente en los ojos, no sabe bien qué, en la expresión, en el color. El ser extraño saluda a Brunildito de lo más natural. Hola. ¿Qué hacías cantando esa canción absurda de que los corazones son más sabios? Brunildito piensa que está soñando. Le pregunta quién es y el ser extraño se irrita. Pero cómo que no sabe quién es. Abelardito, su amigo más íntimo, su mejor consejero, el gemelo de su alma (que es algo muy distinto a su alma gemela, le explica). Esas cosas cursis, de los corazones. Ya la mera palabra, corazón, qué empalagosa. Brunildito ríe, piensa que es verdad. ¡Claro que es verdad! La pared, por ejemplo. ¿Quién creés que te previno de cometer semejante catástrofe? Brunildito, no sos muy amigo de lo razonable. 

Brunildito se queja. Pero sí que es razonable. Razonable, prudente, cauto, correcto. 

Todo eso gracias a mí, le explica Abelardito, a quien no le sobra humildad. Es un trabajo duro el que tengo con vos. Podés ser bastante cursi a veces, bastante emocional, exageradamente volador. Brunildito asiente con la cabeza. Lo asusta pensar que Abelardito lo conoce tanto. 

De pronto, el aire se inunda de olor a café. Pero un olor especial, es como una línea, como un hilo invisible de café que lo llama, lo tira de la punta de la nariz, está como atado a su pecho. Brunildito mira el horizonte y lo ve especialmente verde. Se le iluminan los ojos. Le recuerda a algo, no sabe bien a qué, pero a algo muy lindo, muy hondo, muy grande. Se deja arrastrar un poco por el olor, pero siente un tirón de la remera. Reflejado en el espejo ve cómo Abelardito lo sostiene para que no se escape. ¿Cómo puede ser? Mira hacia atrás, alrededor, y no ve a nadie. ¿Qué te pasa, Abelardito? Vamos, mirá qué verde, qué brillante… 

Abelardito ríe. Cómo me necesitás, Brunildito. Cómo me necesitás. No se puede correr así como así detrás de un color, detrás de un perfume. Vamos a sentarnos y a pensar juntos en las probabilidades. Y cuando estemos seguros, segurísimos de que no hay una opción mejor, ahí sí podés empezar a caminar. Brunildito se sienta sobre una piedra y siente adentro como un fuego o un león que le golpea las costillas y las paredes del cráneo. 

El hilo de café se vuela. El verde se desvanece. Brunildito no está seguro de que Abelardito sea su mejor amigo. 

domingo, 13 de noviembre de 2011

De más allá III - Campo de las Estrellas

Pisadas sobre pisadas sobre pisadas sobre pisadas.
Caminos sobre caminos sobre caminos sobre caminos.
Huellas sobre huellas sobre huellas sobre huellas.
Coros de oraciones hacia atrás y hacia adelante.
Arte, música y mística.
Palabras sobre palabras sobre palabras sobre palabras.
Todo eso aún queda corto para explicar el motor que nos impulsa a millones a través de los milenios.