miércoles, 23 de octubre de 2013

Brunildito Reloaded

HOY: #Sherlock

Hoy es para Brunildito uno de esos días en que todo son índices. 

Las cosas puestas de a pares en el secaplatos = No me mientas, anoche no estuviste solo. 

Una colilla manchada de rojo en la parada = Una de esas mujeres con suerte, que ganan algún premio en las rifas de los eventos a beneficio, que tienen un paraguas encima cuando se larga a llover y que siempre terminan el cigarrillo antes de que llegue el colectivo. 

Que ni se te ocurra agregarle sal a la pizza de pizzería = Una gran dificultad para luchar contra el establishment.

Desarmar una valija = Venir de un lugar y elegir quedarse en otro. Al menos por un tiempo. Barrer el piso, ordenar las cosas en el placard, poner alguna foto en la pared, algunos libros en la biblioteca. Quedarse es toda una decisión. Al fin y al cabo es eso o no estar en ningún lado. 

sábado, 5 de octubre de 2013

Volver

Terminamos aprendiendo lo mismo que nuestros antepasados de hace un par de milenios.
Que el jengibre es bueno para la garganta, el arándano para el corazón y que las plantas tienen propiedades curativas.
Y que todos, en el fondo, buscamos lo mismo: amar y que nos amen.
Que todos cargamos heridas y vacíos.
Y que el centro de la vida siempre terminan siendo los vínculos que construimos. Que muchas veces nos damos cuenta tarde. ¿Tarde? Si ya nuestros antepasados se habían dado cuenta.
Pero capaz haya que aprenderlo uno mismo. Capaz haya ciertas cosas que la humanidad vaya a seguir aprendiendo para siempre.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Biromenegra descompuesto en palabras

...como si, en realidad, esto fuera otra cosa que palabras.

Cuanto más grandes, más repetidas.

-Freud, ¡venga!

(Freud es parte de la nube de arriba)

jueves, 29 de agosto de 2013

"Said he'd seen my enemy... said he looked just like me"

Te voy a contar algo, pero no se lo digas a mamá.

No le digas que a veces, a la noche, dentro del respaldo de mi cama aparece la cabeza de un caballo.

No le digas que no me gusta el té de frutilla con miel.

Y no le digas que está el monstruito. El otro día le empecé a contar y puso cara de preocupada. Le conté que él había tocado la puerta para afuera -porque, como está adentro, tiene que tocar para afuera-. Le dije que se había puesto a llamarme a los gritos y que no podía hacerlo callar. Y ahí frené, porque me di cuenta de que mamá pensaba que yo estaba loco. Y le dije que me había confundido. Que lo había soñado.

Aparece a veces cuando no lo espero, pero cada vez más me doy cuenta cuando está por aparecer. Empieza a tocar la puerta del lado de adentro y me hago el que no lo escucho, pero sigue. Y si no le abro, hace cosas. El otro día abrió una canilla y la dejó correr. Le dije que no se deja correr el agua de las canillas. Hay que cerrarlas. Pero se rió y al rato me di cuenta de que no había cerrado nada, porque me empezó a chorrear agua por todas partes. Otra vez lo hizo con fuego. Me empezó a agarrar calor adentro. Me saqué el buzo, pero no paraba, porque era adentro. Y después me empezó a quemar. Y tuve mucho cuidado de no abrir la boca para que la gente no pensara que yo era un dragón.

No me cae bien. Me dice que quiere jugar, pero siempre que juego con él termino enojado. No sé qué hace, yo no quiero jugar, pero termino jugando igual. Y estamos mucho tiempo, sin darnos cuenta. El otro día me olvidé hasta de cenar por jugar con él. Cuando mamá me preguntó le tuve que contar cualquier cosa. Le dije que había comido muchos chocolates en el colegio, por Pascua. Pascua fue hace como dos meses. Mamá me creyó y no me dio más chocolate por una semana. Y yo quería chocolate. 

No me gusta jugar con él. Hace varios días que me viene pidiendo y le digo que no. Pero me molesta. Ya te dije cómo se pone cuando no le hago caso.

Una señora me dijo el otro día que el monstruito quiere ser mi amigo. Pero yo no sé cómo hacerme amigo de alguien que me quema y me inunda. Me dijo que yo soy como su casa y que puedo elegir ser su amigo o no. Pero ya viste cómo se pone...

No le digas a mamá porque va a pensar que estoy loco. 

domingo, 21 de abril de 2013

Asociación libre


Busco una palabra al azar:


Tejas que no te protegen de la lluvia porque están agujereadas.
Tejas historias y él las desteja.
Tejados de tejas; si son de chapa, ¿cómo se llaman?
Tejas no me gusta; prefiero decirle Texas.

Y qué me importa si no me protegen de la lluvia; al fin y al cabo no sé si quiero que me protejan. Lo impermeable es decisión de vida y prefiero dejar pasar. Aún a riesgo de mojarme.

¡Si sabré yo de tener frío!
Mentira.
En realidad, no sé nada, y no es que quiera hacerme la que soy Sócrates. Pero no sé nada, cada vez que creo que sé algo, me enfrío de una nueva forma.

Es molesta el agua que pasa por las tejas.
Pero también por las tejas entra luz.
O dejás pasar a ambas o no dejás pasar a ninguna.

Todo sea por la luz.

Llevale esto a Freud y hace una fiesta.

Poema de amor a Xenón


viernes, 15 de marzo de 2013

Si tuviera que enseñar...

Si tuviera que enseñarle algo a algún hijo alguna vez, le enseñaría a preguntar y preguntarse.
Le diría que la curiosidad es un pasaporte para moverse y crecer en un mundo mucho menos hecho de certezas que de puertas abiertas de par en par.
Le enseñaría que las personas no se miden por la ropa o los zapatos o las palabras que usan.
Que somos mucho más que lo que hacemos, pero muchas veces lo que hacemos marca tendencias, y hay que estar atento a esas tendencias, para poder controlarlas.
Y, a la vez, que nuestra vida está tanto en nuestras manos como fuera de nuestro alcance.
Que tenemos que tomar las riendas de nuestras opciones y decisiones y hacernos cargo de sus consecuencias.
Al mismo tiempo, le enseñaría que la vida nos sacude todo el tiempo, que cada sacudón trae cosas nuevas, y si cerramos nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestros ojos y nuestras manos a los temporales, nos entumecemos y nos perdemos de los regalos que nos ofrece la vida en el intento de aferrarnos a algo que ya no está... y nos quedamos sin nada.
Le enseñaría que es mucho más fácil condenar que ponerse en el lugar de las personas. Que cada persona es un mundo infinitamente complejo; que dedique más tiempo a descubrir cada mundo y menos a juzgarlo.
Le diría que cada aprendizaje es un escalón y la vida se trata más, creo, de subir, que de quedarse en los descansos de la escalera, creyendo que no hay nada más por saber.
Que su manera de pensar y de vivir no es la única ni la mejor, que conozca, que nunca deje de conocer.
Le diría que el arte, los libros y los viajes expanden el alma. Que la vida nos invita constantemente a expandir nuestra alma, que esté atento a cada invitación.
Le enseñaría a buscar a Dios, a buscar su centro, a cuestionar su esencia, a buscar la trascendencia.
A no tener miedo de encontrar algo distinto a lo que le ofrecen los modelos que lo rodean.
A buscar la plenitud.
A cuidar sus vínculos, que son nuestra única verdadera riqueza.
A nunca dar la espalda a las oportunidades de querer y ser querido.
Le enseñaría a cuidarse a sí mismo y a su cuerpo, a llorar cuando tenga ganas, a pedir cuando necesite.
Que nadie puede hacer feliz a nadie si no es él mismo feliz. Que el equilibrio en esto es lo más difícil: si nos miramos sólo a nosotros mismos, nos perdemos de la plenitud de la vida compartida y, a la vez, si postergamos nuestra felicidad, al apagarnos, no podemos iluminar nuestro entorno. Y la vida nos invita a ser luz. Le diría que tiene una luz única, que sólo él puede dar. Que la vida lo invita a encontrarse y hacer arder su luz, cada día más.
Le enseñaría a no quedarse en su zona de confort por demasiado tiempo.
A jugarse por lo que cree que está bien, a reconocer sus miedos, a no castigarse por ellos y, a la vez, a intentar superarlos y ser valiente.
Le enseñaría a pedir perdón por sus errores y, más importante aún, a perdonarse a sí mismo.
A cuidar de los de los que sufren. Pero nunca, nunca sentirse mejor que ellos, en ningún sentido.
Que cada persona que llega a nuestra vida tiene algo que enseñarnos y algo que aprender de nosotros.
Le diría que todos merecemos ser felices, nacimos para ser felices. Que no debería dejar que nadie, nunca, le haga creer que no tiene derecho a ser feliz. Y que él tampoco debería hacer creer esto a nadie, ni pensarlo de nadie.
Le enseñaría a valorarse como niño, a volar como niño, a nunca subestimar sus sentimientos ni sus sueños y, cuando sea adulto, a creer en los niños y a escucharlos mucho, mucho más de lo que el mundo los escucha.
Y le aclararía que tal vez estas enseñanzas cambien un día, porque, también yo, sigo creciendo y aprendiendo.

sábado, 5 de enero de 2013

Cosas que escuchás al pasar

(y no deberías haber escuchado)

"El amor no existe"
"No tenés a quién empastillar"
"¿Me gustás? Te como. Si sos un animal"
"Yo no como carne vacuna. No por piadoso, por colesterol. Pero digo que es por piadoso porque queda bien"
"¿Ya destruyeron la casa?"
"No es un mamerto en el sentido clásico de la mamertidad"

Un concierto para la cartera de la dama, el bolsillo del caballero. Sí, señor, señora, esta calle es un concierto. 

Si so-mós una familia muy normal,
si so-mós una familia muy normal. 

miércoles, 2 de enero de 2013

Balanceándome

Algunos años son como subibajas. Todos capaz. Pero algunos más que otros.

A medida que subía y bajaba, este año fui aprendiendo cosas. O tal vez sólo viéndolas. ¿Cuándo dice que aprende uno? ¿Cuando ve algo y ese algo se acerca a algo cierto, a algo mejor, entonces aprende? ¿O simplemente cuando ve algo nuevo? 

Al menos vi. Desde perspectivas diferentes: a veces desde lo alto, inflada, poderosa y con panoramas amplios; otras veces, mínima, con los tobillos hundidos en la tierra y las rodillas flexionadas.

¿Y qué había?

Manos abiertas que sonaban peligrosas. Porque, de una mano abierta, las cosas se pueden caer y, en su caída, pueden arrancar pedazos que nos pertenecen y llevárselos con ellas por la fuerza de gravedad. Y eso duele. Una mano abierta corre el riesgo de que lo que sostenía se vaya para otro lado. De que el destino que había planeado para lo que la rodea no se cumpla, y en su lugar venga otra cosa, y la mano abierta tiene que aprender a ser sabia y dejar que las cosas cumplan su propio destino y alegrarse por su plenitud. Una mano abierta suelta cosas constantemente. Vi manos abiertas que soltaban rótulos pesados. Y cuando los rótulos caen se vuelve más difícil orientarse. Pero las manos abiertas aplauden las caídas, porque a ellas no les parece un buen indicio que los rótulos permanezcan intactos por demasiado tiempo. Una mano abierta está más indefensa ante los ataques, está como desnuda, y todos pueden mirarla por entero y acomodarse alrededor de ella y opinar. Porque a la gente le encanta opinar y sacar conclusiones apresuradas, pero la mano abierta no deja de mostrarse, guste o no. Las manos abiertas no pueden esconder nada. Y la contracara obligatoria de no esconder es mostrar y no hay nada que salga a la luz que sea neutro. La neutralidad no se lleva bien con las manos abiertas. Las manos abiertas deciden, toman posturas, se sinceran, hablan en voz alta, y eso nunca es neutral y siempre lleva consecuencias. Manos que están abiertas a que las juzguen, las lastimen. Pero la única manera de que se acerque alguien y te tome la mano es si está abierta. Sólo una mano que está abierta puede recibir de la vida cosas nuevas, puede acariciar y ser acariciada. Las manos abiertas pueden hacer música y aplaudir. 

Había manos que se iban abriendo a medida que el subibaja se balanceaba, a veces por voluntad propia y otras veces un poco a la fuerza. Y, mientras se abrían, las manos se iban llenando de espinas, mostraban cicatrices, se curtían con el sol; pero también abrazaban nuevas cosas, protegían mejor de la tormenta, acariciaban y curaban. 

La vida se trata de un montón de cosas; entre ellas, de abrir las manos y saltar, asumiendo mil riesgos, sabiendo que lo que hay hoy puede no estar mañana y que cuanto más fuerte pises, cuanto más abras las manos, cuanto más extremo sea el salto, más riesgo hay de que te juzguen, te cuestionen y no te comprendan; como en la física, la misma intensidad de la fuerza de tu salto tendrán las fuerzas que, desde adentro tuyo y también desde afuera, te tiren para abajo, pero si hay algo que aprendí en este subibaja es que no hay nada más liberador que ser sincera conmigo misma y con los demás y, desde esa sinceridad, abrir las manos ante la vida y que mis manos abiertas dejen ir lo que tenga que irse, reciban lo que el tiempo me traiga y den, que den todo lo que puedan dar.