viernes, 25 de febrero de 2011

Cajoncitos

La memoria funciona de la manera más extraña. Almacena experiencias, palabras, momentos y uno nunca termina de saber bien qué es lo que tiene guardado. Dentro de nuestra cabeza, las personas tenemos una serie de compartimentos. La cantidad exacta es un misterio. Lo que sí sabemos es que, de pronto, sin previo aviso, se abren compartimentos que solo Dios sabe desde cuándo no se ventilaban… Y aparece un recuerdo polvoriento de esos que habían quedado almacenados en un rincón y, por ejemplo, mientras camino por la vereda, veo a un hombre cortando el pasto con una bordeadora y me da miedo que salte un pastito a una velocidad sólo conocida por los pastitos asesinados por una bordeadora y me dé justo en la pierna, un poco más arriba del tobillo, hoy que tengo pollera. Cuando era chica, temblaba si tenía que acercarme a una bordeadora en funcionamiento. Me acuerdo de un par de veces que saltaron pastitos asesinados - y, a su vez, asesinos- directamente a mi pierna y me dolieron mucho y, a partir de ahí, por un tiempo largo les tuve miedo a las bordeadoras encendidas. Más tarde el compartimento se cerró y, por suerte, pude caminar por la vida con bastante tranquilidad o, al menos - no sé si al final fue mejor o peor- , tuve la energía ocupada en otros miedos. Pero hoy, como si nada, mi memoria quiso ventilar cajones por un rato y así de nuevo temblé ante el hombre con la bordeadora, como si otra vez tuviera cinco o seis años. Seguramente mañana no piense más en todo el asunto de los pastitos y crea olvidarme del miedo a las bordeadoras, pero en realidad se va a cerrar el compartimento por tiempo indefinido y quién sabe cuál se abrirá… Si lo supiera, los cajoncitos ya estarían abiertos. Hay algunos que están abiertos todo el tiempo, pero esos corresponden a otro tratado.