Aprendemos todo el tiempo. La mayoría de veces a la fuerza, sin querer. De eso se trata, tal vez, la cosa, porque si eligiéramos cada situación que nos toca vivir, probablemente aprenderíamos muy poco.
Aprendemos y nos olvidamos. Y volvemos a aprender. Como cuando las cuerdas de un instrumento vibran con música que viene de afuera, y se despierta algo dentro nuestro que nos recuerda que eso ya lo habíamos aprendido. Da nostalgia reencontrarse con viejos aprendizajes dormidos. Y también da claridad.
Aprendemos uno del otro y capaz para eso nos hayan hecho de a muchos.
Escuché una metáfora hace poco que me encantó. De cómo unas piedras se iban puliendo unas con otras, mediante golpes, y se convertían en piedras preciosas. Lo comparaban con las personas, que somos un poco así. Nos golpeamos unos con otros y sacamos algo puro, verdadero, luminoso, que tenemos adentro.
Lastimamos porque estamos aprendiendo.
Aprendemos porque nos lastimamos y también porque caminamos juntos.
Y algunos días, a veces lluviosos, recordamos esas caminatas.
Toca seguir caminando y seguir aprendiendo.