domingo, 8 de abril de 2012

Vértigo II

Pensándolo bien.
Porque a veces tengo respuestas un poco retardadas.
Está bueno pelearse un poco con uno mismo.

O no.
No me saques el vértigo.
Ayudame a vivir con el vértigo.

Sí. Eso.

Una vida llena de vértigo, de buen vértigo, no está nada mal. 

Pero que no me pese.
Eso.
Porque al fin y al cabo la vida es eso. 
Puro, puro vértigo.

Que podamos convivir. 
El vértigo y yo.
Y la montaña.

Laguna Jakob, Bariloche

viernes, 6 de abril de 2012

Vértigo

Las montañas son difíciles de sacar. Qué difíciles, imposibles. Estuvieron ahí por millones de años y, si la geografía no se equivoca, les quedan al menos unos miles de años más y lo más probable es que mañana cuando me despierte sigan estando. Eso les expliqué el otro día a mis alumnos: los cambios en la tierra son lentos, tienen otros tiempos, no es que yo mañana me despierto y ¡oh! descubro una montaña. Algunos chicos se rieron cuando hice el gesto de ¡oh!. 

Además para qué querés sacar una montaña. No hay nada más lindo que un sendero entre los árboles, no hay nada más impactante que la vista desde una cima. Obvio que cansa escalarla, en un punto te duelen los músculos y siempre está el riesgo de caer. No son simples las subidas a las montañas y menos, menos, las caídas. 

Pero siempre arriba o al otro lado, si se trata de cruzar, te espera algo que te deja sin aire.

El problema es que muchas veces el hecho simple de ver la montaña te causa vértigo.

Por eso no pido que me saques la montaña. Porque no se puede. Y, aunque se pudiera, no sé si querría. Qué se yo. Perder todo lo que ella trae sólo para aliviar ese mareo, ese miedo a caer, esa sensación de malestar en la altura... No. Si estás, dondequiera que estés y quienquiera que seas, no te pido que me saques la montaña. Te pido que me ayudes a sacarme este vértigo.  

Vamos a darle crédito a quien me inspiró a escribir hoy:

(Por Liniers)

jueves, 5 de abril de 2012

Cantar

Por cantar. A los gritos. Tu canción preferida. En medio de la 9 de Julio.
Nadie va a quejarse de tu voz; los ruidos de la calle son el refugio perfecto.
Y, por un microsegundo, vas a sentir que tenés alas.