jueves, 29 de marzo de 2012

Una y otra y otra

Capaz era para que alguien las tomara y las hiciera suyas. O para escaparse del mundo por un rato. Capaz era para vivir vidas que no le correspondían. O para divertirse. O para soltar cosas que de otra manera no soltaba.

Qué se yo.

Ella tejía historias. 

viernes, 9 de marzo de 2012

Más Brunildito inédito

Otra reflexión del cajón de Brunildito. Más vieja aún. Te las tenías guardadas, eh...

Sospecha

Al principio, creo que es una mosca. Intento espantarla, pero no se mueve. Parece una burbuja en mi oído. Es una sospecha que crece y crece a medida que pasan los segundos. No es una certeza. Sé muy bien que las certezas no flotan cerca del oído, sino que descansan en el pecho. Esto es, de acá a la China, una sospecha que se agranda de manera ininterrumpida.

Las sospechas piden distintas cosas. Te pueden pedir más agua de un pozo del que no podés sacar nada más. Te pueden pedir que muevas las piezas del juego en una dirección que no está permitida. Te pueden pedir que reviertas una ley de la naturaleza (cuando alguien lo haga, por favor que me avise; no conozco a nadie que lo haya logrado). 

A mí, la burbuja me pide que salte. Pero no estoy seguro de que sea una buena idea. 

Menos mal que al final la escuchaste. No te podías hacer el sordo para siempre. 
Y no podías soportar por tanto tiempo que la maldita te perforara el oído. 

miércoles, 7 de marzo de 2012

Brunildito inédito

Encontré por ahí un par de reflexiones viejas de Brunildito con toda esta historia de la pared. Me dio permiso para publicarlas. Pero no todas juntas, dijo. 

Tal vez, una puerta

Antes miraba hacia arriba y veía cientos de nubes grises. Con el tiempo, me fui dando cuenta de que, en realidad, aquello no eran nubes, sino escalones. Claro: el cemento los hacía grises y el hecho de estar arriba hacía que parecieran nubes. Pero, entre todos, conformaron una escalera que me fue llevando a donde hoy estoy parado. Y es un buen lugar. Bastante bueno. Algunas cosas que en pasado pesaban o dolían me llevaron a ser como soy hoy. Valieron la pena, no eran nubarrones como creía.

¿Puede ser que con muchos de mis problemas de hoy pase lo mismo?

¿Puede ser que lo que hoy veo como una pared sea, en realidad, una puerta? Una puerta al país de las maravillas... que siempre estuvo abierta para mí... pero nunca me di cuenta. 

Me da escalofríos pensar. Que el país de las maravillas puede estar al alcance de mi mano. 

lunes, 5 de marzo de 2012

De más allá IX: Cosas que te pueden pasar en un aeropuerto

Los hechos y/o personajes del siguiente fragmento pertenecen a la realidad. Cualquier semejanza con la ficción es pura coincidencia. 

Madrid. 16 de diciembre, tres de la tarde. A las cinco sale tu avión a Buenos Aires con escala en New York. Todo tan top. Llegás al mostrador de... vamos a llamarla "Aerolínea X" para no desacreditar a nadie. Entregás tu pasaporte, todo muy normal y corriente, te dan la tarjeta de embarque, sólo una, te dicen que en la escala tenés que pedir la otra, la del segundo vuelo, porque Aerolínea X tiene un convenio con Aerolínea Y. Le recordás a la mujer del mostrador que tenés sólo tres horas de escala durante las cuales tenés que hacer migraciones más ahora el trámite de la tarjeta de embarque más volver a despachar la valija más las típicas corridas de último momento, y la mujer te tranquiliza: no va a haber ningún problema. Subís entonces al avión y descansás después de una maratón de tres días con aproximadamente cinco horas de sueño en total. 

Como es costumbre en Aerolínea X, llegás a New York una hora más tarde de lo previsto  y ves en la pantalla que tu próximo vuelo a Buenos Aires se adelantó una hora. Genial, pensás, tres menos dos uno: tenés sólo una hora para hacer migraciones, el trámite de la maldita tarjeta de embarque que no te dieron en Madrid y las habituales corridas, bla. Hablás con un asistente de tu pequeño problema de tiempo y, de manera muy amable, te hace pasar de inmediato a la cabinita de migraciones. Mostrás, como corresponde, tu pasaporte y tu visa, tenés cartas, seguro médico, todo en orden por si acaso. Muy tranquilo, el tipo de la cabinita te dice que vas a tener que esperar un poco... un problemita con tu nombre. Oh no, pensás, esta historia ya la conozco.

Te acompañan a un sector del aeropuerto que tiene un cartel que dice "Detention of people, objects..." y algunas cosas más que no vienen al caso. Es como una sala de espera, todas sillas en fila, todo en colores grises. Frente a las sillas, un mostrador. Te dicen que te sientes, ya te van a llamar. La sala no está muy concurrida: sólo vos y un tipo con pinta de hindú maltratado. Te sentás. El policía en el mostrador te mira. Está serio, pero por sus ojos parece que se riera. Estás impaciente, mirás el reloj, podrías asustarte un poco por el lugar en el que estás, pero más te asusta perder el vuelo y quedarte varada en el JFK en época de fiestas. Casi, casi como La Terminal.

Al fin te llama el tipo, no sabés si te está burlando o si habla en serio. Te dice que hay un tema con tu nombre, sí, ya lo sabés, ya te lo dijeron, te pregunta si es la primera vez que te pasa y le decís que no, que ya tuviste problemas cuando tenías quince -¡quince!-, pero que creías que ya se había solucionado. No, te dice el tipo, parece que no se solucionó, hay una persona con tu nombre en la no-fly list que es una lista de personas de interés para el gobierno de este país. Le decís que no sos vos, que tenés un nombre muy común y que si no existe una forma de marcar que no sos para que esto no vuelva a pasarte. Después de un rato te dice que por ahora está solucionado, pero no te promete nada para próximos vuelos. Terminás casi mejor amiga del policía y te despedís de él corriendo. Porque te queda máximo media hora y tu avión, más vale, sale desde la terminal de al lado.

Atravesás el aeropuerto, volvés a despachar tu valija y llegás al mostrador de Aerolínea Y. Le explicás a a mujer el lío de la tarjeta de embarque y te pide tu pasaporte. Tarda mucho en la computadora. Como en la escena del aeropuerto en La Familia de mi Novia; tipea, tipea, no te dice nada. Le preguntás si hay algún problema -por favor, otro no- y te responde que sí. Que no figura tu nombre. Ya perdiendo un poco la compostura le decís que no puede ser, que se fije bien. Tipea, tipea, tipea. Aparece como que tenés el check-in hecho. El vuelo está cerrado. No puede darte la tarjeta de embarque y no podés subirte a ese avión.

Vuelo cerrado. Vuelo cerrado. Vuelo cerrado.

Por favor, señora, suplicás, todo en inglés, por supuesto, porque no vayas a pedirles a esos tipitos que hablen en castellano. Por favor, ya tuve muchos problemas por errores que no tienen que ver conmigo.
Sí, nena, pero no se trata de por favor. El vuelo ya está cerrado.
¡Necesito volver a Buenos Aires! ¡Tengo un casamiento!
Tranquila...
¡NO! ¡NO ME TRANQUILIZO NADA! ¡DEME MI TARJETA DE EMBARQUE! 


Al final la mujer se apiada de vos o no te soporta más, te entrega una tarjeta de embarque y te dice que corras. Corrés con una velocidad inédita para vos. En el camino, por supuesto, no todo iba a ser tan fácil: se te rompe una de las tiras de la cartera, se te cae el tapado. Llegás a la puerta de embarque a punto de tener un paro cardíaco y leés en la pantallita lo peor que podés leer en una puerta de embarque: BOARDING CLOSED. Eso nomás. La puerta por la que se va al avión está cerrada. No pensás, porque si hubieras pensado claramente no habrías hecho lo que estás haciendo. Porque estás abriendo la puerta. Enseguida empieza a sonar una alarma que se escucha por todo el aeropuerto. Llega un guardia: ¿qué hace acá, señorita? Hay básicamente dos opciones de desenlace: o te detienen, ahora sí por propio mérito, o te dejan subir. Con la respiración entrecortada, le decís lo primero que te sale (no entendés cómo podés seguir hablando inglés en ese nivel de excitación): TENGO-QUE-SUBIRME-A-ESE-AVIÓN-¡AHORA! El guardia te dice que esperes y corre al avión. La alarma sigue sonando y enseguida llega otro. La misma historia, le explicás que hay un tipo... que fue a hablar... porque tenés... que subir... Te mira desconcertado. Vuelve el primero. ¡Ya! ¡Corré! Subís al avión y te das cuenta de la cara desastrosa que tenés por cómo te miran los pasajeros. Te sentás al lado de un viejito divino, de Lobos. Llorás en silencio.

Ya está. Ahora podés dormir tranquila. Que tu familia no sepa nada de vos, cuándo llegás, a qué hora, en qué aerolínea, es lo de menos. Al menos vas a llegar a Argentina. Si el avión no se cae en el camino -lo que ya no te importa demasiado.

Llegás a Ezeiza a la mañana siguiente. Mandás un mensaje de texto desde el avión (niños, no intenten esto en sus casas) apenas tenés señal, para avisar que estás bien y que estás aterrizando. Por suerte, tu familia es previsora y está ahí esperándote hace rato. Bajás del avión, vas a la parte donde se reciben las valijas. Ves cómo la cinta gira una, dos, trece veces y no aparece tu valija. Esperás un poco y como aún no hay señal, te acercás a un tipo que está por ahí y tiene pinta de saber. Le preguntás si ya se terminó la tanda de valijas. Te responde que sí. Respirás hondo, ya no tenés fuerza para preocuparte. ¿Dónde se hace el reclamo? Te encontrás con otra mujer en otro mostrador y ya no tenés esperanza de que te ayude. Tipea, tipea, lo de siempre. Tu valija se quedó en Nueva York.

Sí. Era de esperar.

Cruzás la parte de migraciones; toda tu familia te espera al otro lado, están emocionadísimos. Hace dos meses que no te ven, dos meses que implicaron una de las experiencias más lindas de tu vida. Llegás, le das un abrazo a tu mamá y te ponés a llorar.

Qué linda la nena. Qué bien la pasó en Europa.