Una chica se acerca al kiosco de la facultad a comprar un brownie. Son las cinco de la tarde. Lleva en la mano un apunte de una materia difícil de identificar, porque todos tienen la misma carátula: "¿Dónde está Julio López?" o la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona ("hermanos, hemos nacido en la noche..."), y un resaltador celeste. Todavía no terminó de hacer su pedido, cuando llega corriendo él, la mira con cara de desesperación y señala el resaltador. Ella se pregunta qué es lo extraordinario del resaltador; ya una chica se lo pidió en el subte, hace cinco minutos. Al principio, piensa que el chico tiene algún tipo de problema, por sus movimientos bruscos y la falta de diálogo. Enseguida se lo da, sin pensar demasiado, y él escribe veloz un número de teléfono sobre una servilleta que prácticamente arranca del servilletero del kiosco. El kiosquero mira.
Ahora el chico habla y la chica puede darse cuenta de que él está conversando en un celular.
-Gracias -dice. Y corta. Acto seguido, la mira a ella, le agradece, le devuelve el resaltador y se va corriendo.
Ella termina de hacer su pedido y paga. El kiosquero le entrega el brownie con una sonrisa cómplice.
Ya en la planta baja, mientras lee su apunte con carátula de protesta y devora el brownie, lo ve llegar, todavía con el papelito con los números celestes en la mano, y sentarse a dos mesas de distancia. Deja su lectura por unos minutos y lo mira fijo, espera que él la mire y la reconozca. Él se concentra en su apunte sin levantar la cabeza. Ella piensa que era un buen comienzo para una historia de amor de una película. Una historia compuesta por varias historias entrelazadas cuyo punto común era el kiosco de la facultad.
El kiosquero piensa que las historias de amor les pasan a todos menos a él. Pero, al menos, va a aparecer en los créditos. Cuando se edite la película.