sábado, 5 de enero de 2013

Cosas que escuchás al pasar

(y no deberías haber escuchado)

"El amor no existe"
"No tenés a quién empastillar"
"¿Me gustás? Te como. Si sos un animal"
"Yo no como carne vacuna. No por piadoso, por colesterol. Pero digo que es por piadoso porque queda bien"
"¿Ya destruyeron la casa?"
"No es un mamerto en el sentido clásico de la mamertidad"

Un concierto para la cartera de la dama, el bolsillo del caballero. Sí, señor, señora, esta calle es un concierto. 

Si so-mós una familia muy normal,
si so-mós una familia muy normal. 

miércoles, 2 de enero de 2013

Balanceándome

Algunos años son como subibajas. Todos capaz. Pero algunos más que otros.

A medida que subía y bajaba, este año fui aprendiendo cosas. O tal vez sólo viéndolas. ¿Cuándo dice que aprende uno? ¿Cuando ve algo y ese algo se acerca a algo cierto, a algo mejor, entonces aprende? ¿O simplemente cuando ve algo nuevo? 

Al menos vi. Desde perspectivas diferentes: a veces desde lo alto, inflada, poderosa y con panoramas amplios; otras veces, mínima, con los tobillos hundidos en la tierra y las rodillas flexionadas.

¿Y qué había?

Manos abiertas que sonaban peligrosas. Porque, de una mano abierta, las cosas se pueden caer y, en su caída, pueden arrancar pedazos que nos pertenecen y llevárselos con ellas por la fuerza de gravedad. Y eso duele. Una mano abierta corre el riesgo de que lo que sostenía se vaya para otro lado. De que el destino que había planeado para lo que la rodea no se cumpla, y en su lugar venga otra cosa, y la mano abierta tiene que aprender a ser sabia y dejar que las cosas cumplan su propio destino y alegrarse por su plenitud. Una mano abierta suelta cosas constantemente. Vi manos abiertas que soltaban rótulos pesados. Y cuando los rótulos caen se vuelve más difícil orientarse. Pero las manos abiertas aplauden las caídas, porque a ellas no les parece un buen indicio que los rótulos permanezcan intactos por demasiado tiempo. Una mano abierta está más indefensa ante los ataques, está como desnuda, y todos pueden mirarla por entero y acomodarse alrededor de ella y opinar. Porque a la gente le encanta opinar y sacar conclusiones apresuradas, pero la mano abierta no deja de mostrarse, guste o no. Las manos abiertas no pueden esconder nada. Y la contracara obligatoria de no esconder es mostrar y no hay nada que salga a la luz que sea neutro. La neutralidad no se lleva bien con las manos abiertas. Las manos abiertas deciden, toman posturas, se sinceran, hablan en voz alta, y eso nunca es neutral y siempre lleva consecuencias. Manos que están abiertas a que las juzguen, las lastimen. Pero la única manera de que se acerque alguien y te tome la mano es si está abierta. Sólo una mano que está abierta puede recibir de la vida cosas nuevas, puede acariciar y ser acariciada. Las manos abiertas pueden hacer música y aplaudir. 

Había manos que se iban abriendo a medida que el subibaja se balanceaba, a veces por voluntad propia y otras veces un poco a la fuerza. Y, mientras se abrían, las manos se iban llenando de espinas, mostraban cicatrices, se curtían con el sol; pero también abrazaban nuevas cosas, protegían mejor de la tormenta, acariciaban y curaban. 

La vida se trata de un montón de cosas; entre ellas, de abrir las manos y saltar, asumiendo mil riesgos, sabiendo que lo que hay hoy puede no estar mañana y que cuanto más fuerte pises, cuanto más abras las manos, cuanto más extremo sea el salto, más riesgo hay de que te juzguen, te cuestionen y no te comprendan; como en la física, la misma intensidad de la fuerza de tu salto tendrán las fuerzas que, desde adentro tuyo y también desde afuera, te tiren para abajo, pero si hay algo que aprendí en este subibaja es que no hay nada más liberador que ser sincera conmigo misma y con los demás y, desde esa sinceridad, abrir las manos ante la vida y que mis manos abiertas dejen ir lo que tenga que irse, reciban lo que el tiempo me traiga y den, que den todo lo que puedan dar.