lunes, 19 de diciembre de 2011

¡Bru-nil-dito! ¡Bru-nil-dito!

HOY: ¿El que se quede sin dar el paso? (parte I)

Brunildito maneja a toda velocidad. Mientras tanto, canta: “el que se quede sin dar el paso sí voy a ser yo, sí voy a ser yoooo-oh-oh, sí voy a ser yo”. Llega a la pared, como tantas veces. Frena, se baja del auto y la mira. ¿Por qué no trepar una vez más? Ya es casi instintivo, así que trepa y espía el otro lado. Piensa que ese va a ser el ritual hasta el fin de los tiempos. Trepar – asomarse - querer saltar - miedo. Hasta se siente cómodo. Juega a lo de siempre: estira un pie como si esta vez fuera a lograrlo, echa un vistazo al país de las maravillas y amaga. De nuevo. Y otra vez. Y una voz adentro, esta vez no sabe si es de Abelardito o es de él mismo, tan propia como ajena, le dice: ni se te ocurra.

Entonces algo (o alguien) le da un pinchazo. Brunildito se sobresalta, casi cae al otro lado por la sorpresa, pero si hay algo que le cuesta perder a nuestro personaje es la compostura. Se mantiene quieto y el corazón le late fuerte. ¿De dónde salió eso? Se agacha un poco para sentarse, tener más estabilidad y poder contemplar su mundo auto-prohibido por un rato más, pero no llega porque recibe otro pinchazo, esta vez más fuerte, más certero. ¿Un alfiler invisible? Pierde el equilibrio. Cae hacia adelante pero logra sostenerse con un brazo del borde de la pared. Mira hacia abajo de reojo. ¿Y si se dejara caer, echando la culpa al accidente? No. El suelo le parece lejísimos; la destrucción, inevitable. Hace fuerza, mucha (Brunildito necesita trabajar en la fuerza de sus brazos), y logra subir, jadeando. Todo su cuerpo tiembla. Se queda un rato expectante. Es probable que en cualquier momento se largue una tormenta de pinchazos y él termine cayendo al otro lado inevitablemente, a pesar de toda su deliberación. Pero no. No hay más pinchazos en la próxima media hora, ni en el resto del día, ni en la semana siguiente.

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